Jesucristo – su vida y enseñanzas
EL ÁNGEL POR EL ALTAR

Historia 1 – Lucas 1:1-80
En el mismo tiempo que la historia del Nuevo Testamento empezó, la tierra de Israel, conocida como Judea, tenía un rey llamado Herodes. Él fue el primero de una línea larga de Herodes, los cuales gobernaban toda la tierra o a veces en algunas partes. Sin embargo, Herodes no era el líder supremo. Años antes, los romanos, los cuales vinieron de la ciudad de Roma en Italia, habían conquistado todas las tierras alrededor del mar Mediterráneo. El superior de Herodes era el gran rey de Roma, al que se le llamaba, el Emperador, el cual gobernaba en todas las regiones, incluyendo Judá. Aunque Herodes era el rey de Judea, tenía que obedecerle al emperador de Roma. En esos tiempos el emperador de Roma era Augusto César.

En ese entonces, la tierra donde los judíos vivían estaba muy poblada. Jerusalén era la ciudad más grande donde se encontraba el templo del Señor. El rey Herodes empezó a reconstruir el templo porque estaba en necesidad de ser reparado; este templo reemplazó al que Zorobabel había construido tiempo atrás. También habían muchas ciudades grandes aparte de Jerusalén; al sur se encontraba Hebrón en las montañas, y en la costa del mar Mediterráneo estaba la ciudad de Cesaréa de Filipa, llamada como uno de los hijos de Herodes.

Hubo un sacerdote ya anciano llamado Zacarías, y un día se encontraba dirigiendo el servicio de adoración en el templo. Estaba parado frente al altar dorado de incienso en el lugar santo, en la mano tenía la copa de brazas calientes y el incienso. Mientras, la multitud estaba reunida orando afuera en el patio de los sacerdotes donde estaba el gran altar de los holocaustos. En eso un ángel del Señor se le apareció a la derecha del altar del incienso. Al verlo se asustó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: “No tengas miedo, Zacarías, pues ha sido escuchada tu oración. Tu esposa Elisabet te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Tendrás gozo y alegría, y será un gran hombre delante del Señor. Jamás tomará vino ni licor, y será lleno del Espíritu Santo aun desde su nacimiento. Hará que muchos israelitas se vuelvan al Señor su Dios. Él irá primero, delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, tal y como lo prometió el último profeta, Malaquías. Reconciliará  los padres con los hijos y guiará a los desobedientes a la sabiduría de los justos”.

Al oír estas palabras, Zacarías estaba tan lleno de admiración, que no podía creerlo. Él ya era un hombre anciano a lo igual que su esposa Elisabet y no habían podido tener hijos. Zacarías le dijo al ángel: “¿Cómo puedo estar seguro de esto? Ya soy anciano y mi esposa también es de edad avanzada”. El ángel le contestó: “Yo soy Gabriel y estoy a las órdenes de Dios. He sido enviado para hablar contigo y darte estas buenas noticias. Pero como no creíste en mis palabras, las cuales se cumplirán a su debido tiempo, te vas a quedar mudo. No podrás hablar hasta el día en que todo esto suceda”.

Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías y les extrañó que se demorara tanto en el templo. Cuando por fin salió, no podía hablarles, así que se dieron cuenta de que allí había tenido una visión. Se podía comunicar sólo por señas. Días después de su servicio, regresó a su casa, cerca de Hebrón que era cuidad de sacerdotes en la zona montañosa al sur de Judea. Cuando su esposa Elisabet supo que Dios le iba a dar un hijo, estalló de felicidad y alabó al Señor.

A los seis meses después que Zacarías hubiera visto la visión en el templo, Dios envió a Gabriel, el mismo ángel, a Nazaret pueblo de la región de Galilea, la cual estaba al norte. El ángel visitó una joven llamada María, la cual era prima de Elisabet. María estaba por casarse con José, un hombre bueno descendiente del rey David. Él no era un rey ni un hombre rico, era un carpintero que vivía en Nazaret. El ángel se le apareció en el cuarto donde estaba María, y le dijo: “¡Te saludo, tú que has recibido el favor de Dios! ¡El Señor está contigo!” Ante estas palabras, María se perturbó, y se preguntaba qué podría significar este saludo. Así que el ángel le dijo: “No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su favor. Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, que significa “salvación”, porque él salvará a su gente de sus pecados. Será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios el Señor le dará el trono de su padre David, y reinará sobre el pueblo de Dios para siempre. Su reinado no tendrá fin”.

Pero María no podía entender cómo todo esto pasaría, y el ángel dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Así que al santo niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios”. Después el ángel le dijo a María cómo por el poder del Señor, su prima Elisabet tendría un hijo también. Y María, después de haber escuchado todo esto, dijo: “Aquí tienes a la sierva del Señor. Que él haga conmigo como me has dicho”.

Cuando el ángel terminó de darle estas noticias, al poco tiempo emprendió el viaje y se fue de prisa a la casa de Zacarías y Elisabet, como a trece kilómetros al sur de su tierra. Cuando Elisabet vio a María, llena del Espíritu del Señor le dijo: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el hijo que darás a luz! Pero, ¿cómo es esto, que la madre de mi Señor venga a verme? ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá!” Y María llena del Espíritu del Señor, empezó a adorar a Dios con una canción. Se quedó con Elisabet por casi tres meses, y después regresó a su casa en Nazaret.

Tal y como el ángel había dicho, el tiempo se cumplió para Elisabet de dar a luz a su hijo. Lo iban a llamar Zacarías como su padre, pero su madre dijo: “¡No! Tiene que llamarse Juan” Entonces le dijeron: “Pero si nadie en tu familia tiene ese nombre”. Entonces le hicieron señas a su padre, cómo debían llamar al niño. Él pidió una tablilla, en la que escribió: “Su nombre es Juan”. Al instante se le desató la lengua, recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios así: “Tú, hijito mío, serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para prepararle el camino”.

Cuando Juan estaba creciendo lo mandaron a vivir en el desierto al sur de la tierra, y ahí permaneció hasta que el tiempo llegó para que predicara a la gente. Este niño se convirtió en el gran profeta, Juan el Bautista.